El ascenso del cartismo en 2023
El año 2023 en Paraguay ha sido un año eminentemente político. De enero a abril se desarrollaron las campañas electorales; de abril a agosto se dio el proceso de transición y reacomodo al nuevo gobierno de Santiago Peña, y; de agosto a la fecha comenzaron a perfilarse las características más resaltantes del nuevo ciclo político.
Cada una de
estas fases tuvo sus peculiaridades. La campaña electoral pareció desarrollarse
a la usanza tradicional, quedando en la recta final dos candidatos a
presidente, uno del Partido Colorado, otro del Partido Liberal Radical
Auténtico (PLRA). Este útimo encabezando una alianza de varios partidos y
movimientos opositores. Sin embargo, bajo la superficie, se gestó una tercera
alternativa difícil de caracterizar. Nos referimos al tercer candidato,
Paraguayo Cubas, que con una campaña y un discurso disruptivo logró la adhesión
de más del 20% de los electores. Ese “outsider” dividió el voto opositor y
facilitó la victoria clara y contundente del candidato de la Asociación
Nacional Republicana (ANR) o Partido
Colorado, Santiago Peña (43%). Con Paraguayo Cubas también ascendió un nuevo
movimiento político, llamado Cruzada Nacional.
El impacto de
las elecciones generales de abril del 2023 en la oposición fue devastador. El
partido colorado logró mayorías absolutas en ambas cámaras del congreso y se
alzó 15 de las 17 gobernaciones departamentales. La emergencia del candidato
Paraguayo Cubas dejó un manto de duda y nerviosismo respecto al por qué casi un
cuarto del electorado prefirió un liderazgo errático e irracional, en vez del
candidato de una concertación de partidos de oposición con trayectoria
política.
Uno de los
desarrollos más penosos es que, aparte de la derrota, muchos miembros de la oposición,
a la hora de asumir las bancas parlamentarias, empezaron a distanciarse de sus
partidos. Hubo fugas individuales, como en el caso de unos senadores de Cruzada
Nacional. Otros, comenzaron a votar con el oficialismo. Así pues, las bancadas
de la oposición se vieron aún más disminuidas. Quedando visibles más bien individualidades
que intentan ejercer un rol opositor, articulando posiciones y críticas. A
veces esas voces tienen un importante predicamento en la prensa y las redes
sociales, pero no pueden aspirar a parar
la maquinaria oficialista cuando esta se decide a votar en bloque.
Efectivamente,
el partido gobierno ha logrado disciplinarse y compactarse en este primer año,
siempre bajo la tutela del presidente del partido, el expresidente Horacio
Cartes. La conformación de las mesas directivas del senado y la cámara de
diputados en julio fue un momento de definición política muy clara. Aunque se
pensaba que el oficialismo podría dividirse en bancadas con identidades
propias, sobre todo aquella que representaría al movimiento Fuerza Republicana,
los hechos probaron lo contrario. Por unas semanas se especuló con que cabría
la posibilidad de una alianza entre un sector disidente del coloradismo y la
oposición, pero no fue así. Al contrario, lo que se ha podido observar es una
suerte de doble hegemonía. El movimiento colorado Honor Colorado, el llamado
“cartismo”, ha logrado hegemonizar el partido colorado y el partido colorado ha
logrado hegemonizar el sistema político. La resultante ha sido la capacidad de
disciplinar el comportamiento de la bancada oficialista, como pocas veces visto
en la era democrática.
El cartismo,
ha aprovechado esa disciplina para cumplir algunos de sus principales objetivos.
Sin duda, el más preciado, ha sido el control del poder judicial. Este es un
recurso indispensable para el expresidente Horacio Cartes, sobre quien pesan el
mote de “significativamente corrupto” de parte del Departamento de Estado de EE.
UU, así como varios expedientes que lo vinculan a distintos hechos de lavado de
dinero, entre otros. La premura por controlar la justicia se ha manifestado en
los nombramientos de los representantes parlamentarios a los órganos
extra-poderes que designan y enjuician a magistrados, véase el Consejo de la
Magistratura y el Jurado de Enjuiciamiento.
Por otro
lado, el fenómeno del cartismo ha puesto en el tapete la cuestión de la relación del partido de
gobierno y el gobierno. Se ha ungido una bicefalia. Una cabeza controla partido
de gobierno y otra cabeza ha asumido la presidencia del gobierno. Gracias a
ella, el líder del partido ha logrado que el gobierno siga las directivas
políticas del mismo en ciertas áreas concretas. Así pues, el gobierno es
prácticamente un “sostenedor” del partido bajo la tutela del expresidente.
Con la
fórmula Horacio Cartes al partido y Santiago Peña al gobierno, se creó una
situación en la que algunos preveíamos un eventual “peñismo” que busque
contrarrestar la influencia del líder. Ese también fue el análisis que trasuntó
en un documento de la Embajada de los EE. UU, supuestamente filtrado.
Sorprendentemente, esta tensión no se ha manifestado aún. El presidente
Santiago Peña ha demostrado una y otra vez, que no va a dejar de ser leal a su
mentor, aunque eso le cueste su legitimidad y reputación.
Así pues, el
cartismo ha venido consolidando posiciones. Al cerrar el año 2023, no sabemos
si habrá límites. Cuando se obtuvo el control de las cámaras, se hablaba de los
beneficios de una mayoría que asegure
gobernabilidad, tomando decisiones de política pública que favorezcan a la
población. Se clamaba que el partido haría “uso” de su mayoría, más no un
“abuso” de la misma. Después, se sucedieron situaciones que denotaban otras
intenciones. Un botón de muestra fue la votación para nombrar a la magistrada
Alicia Pucheta al Consejo de la Magistratura, como representante del Ejecutivo,
no habiendo aún terminado su mandato el magistrado en funciones. También
sorprendió la celeridad con que se votó la ley de la superintendencia de las
pensiones, que tomó 11 minutos en ser aprobado en la cámara de diputados.
Para el 2024,
hay escenarios posibles que no son muy promisorios en términos del mantenimiento
de un sistema de pesos y contrapesos. Si tomamos en cuenta el contexto de una
mayoría absoluta compacta con un número de opositores dispuestos a avalar
iniciativas planteadas desde el poder, se pueden alcanzar mayorías de dos
tercios que abran las puertas a una reforma constitucional, con dudosas
intenciones.
Sin duda, el
de las posiciones cartistas se favorece con la crisis de la oposición. El
principal partido de oposición, el PLRA, ha caído en un faccionalismo que
amenaza con provocar un cisma o, peor aún, una fragmentación ya definitiva, sin
recomposición. Sería el fin del llamado bipartidismo paraguayo, compuesto por
los dos partidos tradicionales, el PLRA y la ANR. Paralelamente, se debe ver si
el liderazgo del emergente Paraguayo Cubas continuará captando adhesiones de
los mismos grupos que lo votaron en 2023. Se cierne sobre la vida política del
país una alternativa política errática y díscola, propia de estos tiempos de bronca
y confusión. No se puede descartar que el personaje, basado en interpelaciones
nacionalistas y populistas neo-autoritarias, siga convenciendo a muchos y alienando a otros. Y
luego tenemos un mal llamado “tercer espacio” fuertemente jalonado por
diferencias ideológicas y distancias personales. Las chances de que estos
pedazos se puedan articular en una alternativa eficaz y creíble son muy
endebles. Sólo cabría la posibilidad de que una de esas piezas logre descollar
y por efecto de un eficaz trabajo político atraiga al electorado. Las
elecciones municipales de 2026 podrían ser un ensayo interesante en ese
sentido.
Ante esta
situación, cabe echar una mirada a la sociedad civil. Si la sociedad política
alternativa esta tan fragmentada, ¿puede la sociedad civil ofrecer una salida? Hablar
de "una salida” puede ser demasiado, pero sí, ante la debilidad de los
actores políticos, la sociedad organizada es probablemente uno de los factores
que puede mitigar el avance del cartismo, tanto en el polo más sustantivo, con
temas específicos de política pública, como también mediante una movilización
activa en los espacios públicos, en las redes y los medios de prensa. No en balde,
el cartismo ya ha presentado en 2023 un proyecto de ley que pretende regular las actividades de las organizaciones
no gubernamentales, y activado su propio consorcio de medios para contrarrestar
la influencia de los otros medios. Junto con la prensa, las organizaciones de
la sociedad civil, los movimientos sociales, la academia, así como diferentes
instancias más de tipo “ciudadana” pueden de hecho ofrecer un contrapeso,
aunque no gravitante desde el punto de vista electoral. Ello porque la dinámica
social del país está atravesada por el clientelismo y el camino preferido de la
población es el de negociar con el dispensador de recursos una resolución
favorable a su demanda. Así, el cartismo mantiene el patronazgo, y lo ha
instrumentalizado muy hábilmente. Su proyecto es neutralizar cualquier
contestación haciendo prevalecer la apuesta de que se va a obtener mejores
beneficios en el corto plazo, eligiendo el clientelismo, en contraposición a la
acción cívica. El cartismo está en cierto sentido sofisticando esa metodología
y la ha combinado exitosamente con una gestión del Estado que también introduce
elementos modernizantes y acciones racionales de medios y fines, algunos loables
y necesarios. De hecho, es ese gerenciamiento otro de los factores clave que lo
puede mantener en el poder por un tiempo
prolongado.
[1] Analista político. Magister en
Ciencias Sociales del FLACSO-México, B.A. Honores en Política y Gobierno y
Filosofía, de la Universidad de Kent en Canterbury, Gran Bretaña, Ex director
regional para América Latina y el Caribe del Fondo de Población de Naciones
Unidas. Ciudadano convencional constituyente de Paraguay. Asesor académico y docente de
FLACSO-Paraguay. Consultor independiente.
Comentarios
Publicar un comentario