Populismo malo, populismo bueno - Esteban Caballero
El debate sobre el populismo es un signo distintivo de la época. Con gran imprecisión las calificaciones de “populista” se lanzan a derechas e izquierdas. Por lo general, en tono despectivo. Sin embargo, hay un populismo malo y un populismo bueno.
El populismo malo
es demagógico, construye narrativas falsas respecto a las causas de los males
por los que pasa un país.” Causas” que por lo general se definen en términos de
“culpables”. La culpa la tienen las “élites”,
“los judíos”, “los musulmanes”, “los inmigrantes” o cualquier sujeto definible
como un “otro”. A la par de estas falsas narrativas se preconizan soluciones
sin un adecuado sustento argumental o fáctico, apelando a las emociones, más
que a la razón. Generalmente, el “pueblo” al que apelan los malos populistas tiene
una identidad específica, es un “nosotros” excluyente. Es un pueblo de blancos,
o de magiares, o de hindúes, o musulmanes,
o seguidores de una determinada ideología o partido político. El
líder populista malo goza ejerciendo un liderazgo personalista y carismático.
Se mofa de las instituciones y los procesos, no aguanta la separación de los
poderes con sus pesos y contrapesos, ni las autonomías y libertades de personas
y organizaciones que no le son afines. Su ideal es él en el balcón y el pueblo
en la plaza, comunicación directa, sin mediaciones. El líder populista tiene
rasgos de iluminado frenético, sólo él representa la voz del pueblo. Dichas preferencias
lo llevan gradualmente al autoritarismo, aunque haya sido electo
democráticamente en sus inicios.
Estas
características que acabamos de mencionar pueden servir para calificar tanto
los populismos actuales, como los históricos. Sin embargo, hoy por hoy, es
preciso agregarle a la lista el manejo de los medios de comunicación y de las
redes sociales. El Twitter es una excelente herramienta para un liderazgo
personalista sin mediación, reemplaza a la plaza pública y al balcón y le
permite al líder esa comunicación directa, por encima de las instituciones. Las
cadenas y los trolls alimentan y multiplican los alcances de la
demagogia y la incitación al odio, llevando a las sociedades a un peligroso
estado de violencia y agresividad. Una demagogia, por demás, con un claro tinte
anticientífico y negacionista.
El populismo
bueno se entiende mejor si uno se refiere a la oposición pueblo-oligarquía. Es
una interpelación a sectores mayoritarios diversos en cuanto a identidades, que
no están accediendo a derechos o niveles de bienestar social y económicos
básicos. Una falta de acceso que se debe a estructuras económicas, sociales y
políticas sesgadas y controladas por una oligarquía. El populismo bueno
moviliza a este pueblo diverso para democratizar las estructuras y corregir los
sesgos, apelando a estructuras más participativas, con igualdad de
oportunidades y políticas redistributivas. Su acusación no es demagógica, sino
comprobable, en el sentido de poder demostrar cuáles son esos sesgos y
estructuras y cómo los mismos generan injusticias para con las mayorías.
El populismo
bueno busca reformar el marco institucional para ensanchar el espectro
ciudadano, pero no tiene temor a la institucionalidad, ni a someterse a un
orden constitucional, con controles y limitaciones. El liderazgo es un elemento
movilizador, sin duda, y también usa el carisma y la personalidad, para
interpelar y crear un sujeto anclado tanto en las emociones como en la razón.
Ambos guiados por la narrativa de un “pueblo” con historia y con derechos, por
lo general aunado a una nacionalidad, pero sin el cariz xenofóbico. El carácter identitario no deja de existir,
pero se apela a él no para sembrar odio, sino para fomentar unión.
Evidentemente,
estos son arquetipos, sería difícil encontrar populismos buenos o malos en
estado puro. Sin embargo, más que una época de populistas y anti populistas,
estamos en una época de populismos encontrados, uno que se decanta por el
enervamiento irracional de los impulsos excluyentes con el fin de manipular la
voluntad popular, y otro que apela a un pueblo ciudadano y plural para salvar
la democracia y profundizar la justicia social.
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