Achicamiento o reforma del Estado en Paraguay por la crisis de COVID/19 - Esteban Caballero



Toda la discusión sobre el Estado y su reforma en Paraguay, en medio de la crisis ha sorprendido a más de uno. No deja de ser extraño que se plantee un tema de largo plazo, como es la reforma del Estado, en un momento en que se requiere acciones concretas inmediatas que puedan resolver una emergencia nacional. Sin duda, la crisis conlleva una reflexión sobre cómo debemos prepararnos para futuras crisis y cuáles son las lecciones aprendidas para no volver a enfrentarnos a crisis parecidas con las mismas vulnerabilidades, aunque hoy por hoy se trata de aplanar la curva, prepararse para una transición a un funcionamiento de la economía y sociedad que pueda mantener los niveles de contagio en un punto controlable, mientras se resuelven los temas de vigilancia epidemiológica, vacuna e inmunización.
El tema de la reforma del Estado es de alguna manera una característica específica del Paraguay en esta coyuntura tan delicada. El modo como se ha dado y la sorpresa de que en un momento en que existe una clara tendencia a fortalecer el intervencionismo estatal para afrontar la crisis generada por emergencia sanitaria, en el Paraguay se haya introducido el tema del "achicamiento del Estado", sobre todo a la hora de debatir el financiamiento de la crisis.
En este debate, estoy del lado de aquellos que proponían una salida fiscal progresiva y, agregaría una mayor flexibilización de los topes de déficit fiscal, así como la necesidad de un nivel de endeudamiento manejable, que el Paraguay por suerte tiene. Veo la necesidad de un aumento de la carga impositiva a sectores que tienen más capital y que pueden hacer la contribución, sin quedar en la bancarrota. En contraste con otros sectores de pequeñas y medianas empresas que no tienen margenes, o personas físicas con magros ingresos.
A pesar de que veía en esa lógica un sentido común, también reconocí en esta crisis la profunda y penosa crisis de credibilidad del Estado paraguayo, en lo que se refiere a su capacidad de redistribución del ingreso y de implementar medidas de justicia social. Los medios y el público que se expresa en varias redes sociales no han dejado de representar el problema de financiamiento como una cuestión de bajar el sueldo del personal del Estado y devolver lo robado. Producto de qué es esa reacción, me pregunto.
Evidentemente que esta crisis se debe sobre todo a los niveles de corrupción e ineficiencia. La crisis sanitaria ha puesto en evidencia los costos del Estado de corrupción y la ineficiencia e ineficacia de la gestión pública. El Estado pierde su rol de organizador de una acción colectiva eficaz en pos de un bien público. La clase política cae en un vacío y su liderazgo en el momento que más se necesita queda mudo, aunque existan aquellos que pueden y quieren hacer algo positivo. El problema es que acompañando esta crisis de credibilidad por parte de la ciudadanía se forman representaciones que pueden ser muy dañinas, como que todo el personal del Estado es un burocracia parásita que no hace nada, por ejemplo, sin tomar en cuenta quiénes están en las nóminas, los docentes, el personal de salud, los policías, y otros tantos ciudadanos que poca culpa tienen en todo este proceso. También las concepciones del Estado paraguayo como un Estado grande, que sin duda no lo es, si nos fijamos en una serie de indicadores que sirven para medir el tamaño del Estado. En Paraguay hace falta Estado, no sobra Estado. El problema de la corrupción y la ineficiencia no deberían invalidar esa constatación, por más comprensible que sea el error.
Esta gran duda respecto al Estado tiene sus arraigos históricos, y pienso sobre todo en las décadas que han pasado con una identificación entre Estado y partido, que excluía a gente de otros partidos a ser partícipes. Era el Estado parcial, que servía a sus correligionarios. Con la transición a la democracia, dicho fenómeno a amainado, pero subsiste en las representaciones colectivas. También está el fenómeno del poder de los medios y los grupos empresariales que se han parapetado detrás del mito del Estado grande y han logrado hacer un giro en el tipo de discusiones que se tienen sobre redistribución del ingreso. Apretando al sector político, han creado la idea de que los sectores dominantes son políticos, no socio-económicos, que en vez de reformas fiscales se debe bajar los sueldos de los parlamentarios o los funcionarios. Los parlamentarios y los funcionarios no han precisamente ayudado a desvirtuar esa mala imagen con su actuar, pero aún así hay un concepto de fondo que se debe corregir, pero que no se puede por el dominio que tienen esos sectores de los principales medios de comunicación. Desde esa posición de dominio han naturalizado el esquema neoliberal, como verdad objetiva.
Hoy, se quiere ayudar al sector público de la salud con esquemas que son muy nobles, de apoyos y donaciones, con iniciativas público-privadas, pero la salida requiere un enfoque de justicia re distributiva mucho más sustantivo. La solidaridad y las donaciones son un pilar importante necesario, más no suficiente. "Por suerte" y subrayo entre comiilas, el coronavirus es contagioso. Es un claro ejemplo de como tu salud incide en mi salud, sin importar clase, raza,etc. Es un momento en la historia en que el individuo debe pensar en cómo curar o proteger a los otros, para protegerse a si mismo. Sin duda que construir un sistema de salud pública está en el trasfondo y cómo lo vamos a hacer: con donaciones o con políticas fiscales? Con ambas, pero entonces, cómo montamos un sistema de financiamiento público de la salud? Una priorización del gasto público, cierto, pero han hecho el cálculo de cuánto mayor financiamiento se puede obtener mediante ese método? Nos parece que aquí hay un claro espacio para hablar de reforma fiscal en el marco de una Reforma del Estado, y no de un achicamiento del Estado.

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