Los discursos del cambio - Esteban Caballero Carrizosa



Muralla en Asuncion, Paraguay Foto: Esteban Caballero
Para algunos el cambio representa una aspiración positiva, los ojos se iluminan con la idea del cambio; vendrá algo mejor. Para otros, el cambio es una amenaza, es el sonido del enemigo echando por tierra las puertas de la ciudad amurallada. Ante estas aspiraciones y temores, los analistas intentamos aportar mediante la reflexión y la conceptualización, no necesariamente neutrales, pero sí más juiciosos y argumentativos que el sujeto envuelto en la acción misma. Hoy por hoy, los síntomas del cambio social están por doquier; queremos a continuación pasar revista de algunas de sus expresiones más coyunturales, haciendo alusión a las diferencias en los discursos y procesos. Hacemos, sobre todo, referencia a los procesos sudamericanos, pero no ignoramos los eventos que transcurren en otras regiones y que contienen elementos similares a los que nos rodean en este rincón del sur.

En Sudamérica, el 29 de Octubre, se realizaban elecciones presidenciales y de congreso en Argentina y Uruguay, y elecciones regionales en Colombia. Todo ello, en el marco de un conflicto muy agudo en torno a la validez de las elecciones en Bolivia, y, en el marco de fuertes movilizaciones sociales en Chile y Ecuador. Como resultado de esos procesos, surgieron dos victorias que de algún modo ilustran las diferentes voces políticas del cambio en América Latina. Por un lado, la voz de Alberto Fernández, poniendo el acento en el fin de las políticas neoliberales representadas por Macri, y la necesidad de favorecer la producción y las políticas sociales, por contraposición a las políticas que favorecían al capital financiero. Por el otro, la voz de Claudia López, electa alcalde de Bogotá, primera alcaldesa mujer y lesbiana, que con mucho tino habló de “las familias hechas a pulso, como la suya y la mía”.

Mujer de Bogotá cruzando Plaza Bolívar. Foto: Esteban Caballero
En el discurso de victoria de Claudia López no hay una referencia al “neoliberalismo”. Ella no se refiere a una noción más general de manejo de la economía política, sino que enfatiza más el aspecto identitario, quién es ella, qué representan ella y sus compañeros de ruta ( la Alianza Verde, el Polo Democrático y otros), en términos de gestión pública, de atención a la ciudadanía, de poner fin al clientelismo, etc. Más que una referencia a izquierdas y derechas, la nueva alcaldesa de Bogotá propone una nueva ética ciudadana. El discurso de Alberto Fernández sí hace una alusión más directa a la economía política, a su enfoque neoliberal, a los intereses que servía y a la necesidad de cambiar de rumbo. Con ese discurso, él se posiciona en las divisorias más clásicas que enfrentan a izquierdas y derechas.  En las palabras del Grupo de Puebla, “Los desafíos de Alberto Fernández son tan grandes  como la crisis que atraviesa su país, abandonado durante los cuatro años anteriores a su propia suerte frente al neoliberalismo financiero”[1]

Ambos giros son sumamente significativos. El hecho de que una mujer “diversa” sea electa en una megaciudad con una población de 7 millones (el doble de Uruguay y equivalente a Paraguay), con un discurso identitario de género, de no discriminación, etc., va a contracorriente de un poderoso movimiento conservador. Aquel que ha construido una de las falacias más preocupantes: la existencia de una supuesta  “ideología de género”, y que ha sido soporte del surgimiento de Bolsonaro. La derrota de Macri, representa, por otro lado, un reacomodo de la correlación de fuerzas regionales en torno a la dirección que deben tomar las políticas públicas, sobre todo las económicas. Se da así fuerza a un pensamiento que busca un nuevo progresismo ante la derechización del poder acaecido durante el super ciclo de elecciones latinoamericanas. 

Celebrando en La Boca de Buenos Aires.Foto: Esteban Caballero 
Cuáles son los vasos comunicantes entre estas dos tendencias del cambio será motivo de otro debate. La articulación de los mismos requiere de un trabajo fino. Debemos pensar en la concatenación de estas narrativas en un discurso más integrado. Esta puede ser la llave para construir una nueva hegemonía cultural. Recientemente, Nicolas Truong[2] comentaba en Le Monde el retorno del concepto gramsciano de hegemonía cultural, que tan francamente plantea la necesidad imperiosa de construir consensos amplios que penetran y se instalan en las sociedades, como nuevos modos de ser y pensar. La describe como la madre de todas las batallas políticas. Las derechas populistas, dice Truong, están viendo el concepto desde la perspectiva de su propio constructo excluyente, con identificación de unos “otros” con nuevas instrumentalizaciones de las tecnologías de la comunicación para crear concepciones del mundo contrarias al sentido humanitario de igualdad y dignidad universal.

Hay otras diferencias entre el discurso de victoria de Claudia López y el de Alberto Fernández. Algunas cosas son evidentes, pues en un caso estamos hablando de una alcaldía y el gobierno de la ciudad, y en el otro de la presidencia y el gobierno de un país. No obstante, quisiéramos resaltar la importancia que le dio Claudia López al tema del territorio, su gestión, y lo medioambiental. Ella se presentaba con un énfasis mucho mayor en lo que podríamos describir como la referencia al desarrollo sostenible. Ese no ha sido, en cambio, un tema central en el debate por la Presidencia de la Nación en Argentina, ni ha tomado mucho vuelo en los debates nacionales que se centran en la crítica al “neoliberalismo”.  Quizás en ese ítem haya una suerte de solapada minimización del problema de la transformación económica en función al desarrollo sostenible, pues ponerse a pensar en cómo dinamizar la economía argentina pasa por qué hacer con la energía fósil de Vaca Muerta, que es un “activo” indispensable para el crecimiento, pero no tan amigable en términos de sostenibilidad.

Para finalizar esta breve comparación, quisiéramos señalar un aspecto que no tiene que ver con las diferencias entre los discursos, sino más bien con el tipo de contexto institucional en el que estos discursos del cambio surgen. Nos referimos al hecho de que estos dos discursos se entroncan con uno que no es partidario o de toma de posición política, sino que se refiere a la institucionalidad y las salvaguardas de un sistema electoral ecuánime. Ambos giros políticos se dan gracias a un proceso electoral cuyas reglas del juego son aceptadas por las partes y se enmarcan dentro de un Estado de derecho democrático representativo que arbitra y procesa las diferencias. Al poco tiempo de darse los resultados se dan dos importantes reuniones, la de Alberto Fernández con Mauricio Macri en la Casa Rosada y la de Claudia López con Iván Duque en el Palacio de Nariño. Reuniones con un alto grado de protocolo y simbolismo. Nuestra interpretación es que ese gesto público y publicitado se constituye en un hecho de significación importante. Nos dice que a pesar de las diferencias hay un espacio compartido por las partes. Ese reconocimiento reafirma la existencia de un contrato social más amplio, como un reaseguro estabilizador. El contraste aquí con la situación en Bolivia es preocupante, pues en ese contexto, por no haber ese espacio común, el contrato social se resquebraja. Si hay posibles soluciones (como creemos que todavía las hay, si se respeta la auditoría de la OEA), hay que tomarlas de manera juiciosa tanto de parte del Gobierno como de la oposición.

Vendedora boliviana en el Alto. Foto: Esteban Caballero. 
Acabamos de tocar punto del contrato social, su importancia y valor. Este punto de suma relevancia para el otro tipo de discurso del cambio que queremos tratar. Uno mucho más complejo y difícil de asir, nos referimos a las protestas y movilizaciones en Chile. En este país, nos encontramos con un fenómeno mucho menos claro en cuanto a su entronque institucional. Es un levantamiento multiforme que se presta a muchas lecturas y que no tiene un proceso estructurado, como el de los procesos electorales. Las lecturas que de dicho fenómeno se hacen son variadas. La lectura del surgimiento vandálico, destructor, conducido por personas que no tenían más que hacer que aprovecharse del caos para provecho propio. La lectura del quiebre del neoliberalismo, el supuesto oasis donde el mercado funcionaba se quedó varado en la telaraña de la desigualdad. La lectura del surgimiento de un nuevo Chile, el de los múltiples rostros, con diferentes demandas, que han llegado a los límites del aguante: las pensiones injustas de las AFP, el costo de la educación terciaria, el costo de los farmacéuticos, las banderas mapuches, etc. Un gran “basta”. Todo ello acompañado de una presencia masiva en la calle.

Este no es un movimiento llevado de la mano por vanguardias, se asemeja mucho a surgimientos ciudadanos como las protestas del Brasil en el 2013, o el gran tumulto ocasionado por el desplome de la Unión Soviética y los países detrás de la cortina de hierro. Atender este tipo de cambio es mucho más difícil que cuando nos encontramos con movimientos que tienen temas específicos, con liderazgos y representaciones definidas, interlocutores que pueden de alguna manera pautar la protesta y la movilización. Por otro lado, una particularidad es que son movimientos que por su propia naturaleza crean identidades a medida que se desarrollan. Movilizan nuevas demandas, construyen nuevas narrativas e imaginarios en su espontaneidad. Movilizaciones como estas hacen que la gente dé como un salto cualitativo en su concepción del colectivo al que pertenece. Se ha podido ver esto en otras latitudes. La movilización del Líbano, por ejemplo, ha creado una sensación de identidad nacional libanesa, por encima de las parcialidades religiosas y étnicas.  Algo novedoso en su historia contemporánea. El caso del Sudan, que se inició también con una subida de precios y terminó siendo un surgimiento democrático capaz de provocar un cambio muy importante en el régimen político. Podemos también hablar del refuerzo de la identidad “hongkonesa” a través de la movilización y la toma de la calle, o el despertar argelino que exige un cambio profundo en la gobernanza del país y al mismo tiempo crea una conciencia ciudadana. Estos son momentos de quiebre y recomposición del contrato social, que a veces dejan a los actores tradicionales fuera del escenario. Sus momentos expresivos, los hemos visto, por lo general tienen el sello de esa brecha pueblo-élite de la cual se habla actualmente para cifrar el nuevo espíritu de la época.

Salida del metro en Santiago, Chile. Foto: Esteban Caballero
Estas características que hemos descrito son a la vez la fuerza y la debilidad de esos movimientos. Puede que sean como una gran marea que conmueve al golpear la costa, pero al retirarse deja pocas muestras de su fuerza. Queremos pensar que no será así, y que ha caído el mito que Chile es un oasis, que el mercado y la privatización encontrarían todas las soluciones y que la política social puede ser mínima o inexistente. La cohesión social no viene así, tan fácilmente, y los gobernantes, creemos, han aprendido una gran lección. Ese “neoliberalismo” no se va animar a arrimarse de eso modo por un tiempo. En el caso específico de Chile es también posible que la creación de un poder constituyente que defina una nueva carta magna sea un paso necesario.

Sí nos quedamos con interrogantes respecto al valor de los liderazgos y las representaciones. En ese desprecio por “las élites” estamos en cierto sentido tirando al bebé con el agua sucia. Hay intelectuales y liderazgos que han gobernado, se han topado con las limitaciones y que pueden aportar. Pienso e Ricardo Lagos, en Dilma Roussef. Hay movimientos políticos democráticos que, si bien han cogobernado y formado parte del establishment, han también generado soluciones importantes a los efectos perversos del neoliberalismo. Es probable que estos liderazgos requieran relevos generacionales, sin duda. Como Alexandria Ocasio Cortez (30), que sin reparos endosa la candidatura de Bernie Sanders (78), y con ese endoso, sus 5.7 millones de seguidores en Tweeter encuentran nuevas voces. 

También es importante recoger el mensaje que viene de los países del medio oriente, el Líbano e Irak, entre otros. El hastío con el patrimonialismo, el clientelismo y sus pares: la corrupción y la ineficacia. Podemos hacer giros en el enfoque de las políticas, instalar una economía política que restablezca la igualdad y mejore la calidad y universalidad de los servicios públicos, pero todo esto supone un gobierno honesto, moderno, responsable y con la voluntad de obtener resultados. Estos son elementos que hacen que el nuevo proyecto se vuelva operativo. Es la base para que en la siguiente ronda de sorpresiva y masiva rendición de cuentas que ofrecerá la sociedad de la información, con su fulminante rapidez en la convocatoria y movilización, los liderazgos no den manotazos de ciego.




[1] Ver www.progresivamente.org
[2] Ver https://www.lemonde.fr/idees/article/2019/10/30/la-grande-bataille-pour-l-hegemonie-culturelle_6017397_3232.html

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