"God bless America", hasta cierto punto

 No ha de ser nada fácil armar el gabinete de la futura administración Biden-Harris. Los equilibrios entre diversidad racial y étnica, género, progresistas y moderados, con guiños a potenciales republicanos amigos para cimentar la futura relación con el Senado, forman parte de una ecuación difícil de cerrar. Sin embargo, el proceso avanza paso a paso y en línea recta. La presentación de parte del equipo de política exterior y seguridad ha marcado un primer hito importante, reforzando la sensación de alivio para aquellos que han sufrido los embates del caos trumpiano. Se presentó un equipo capaz que probablemente va a poner la política pública al frente, con diálogo y argumentación, dos cualidades que parecían estar en franco deterioro con el paso del tiempo. 

En el acto de presentación de los primeros nombrados para el futuro gabinete habló Antony Blinken, el Secretario de Estado designado. Durante un pasaje de su intervención, la alocución se volvió personal. Comentó la historia de su padrastro, quién había logrado escaparse de un fusilamiento al final de la Segunda Guerra Mundial, refugiándose en los bosques de Bavaria. Contó cómo él escuchó el retumbar de un tanque, que en vez de la cruz de hierro tenía la estrella blanca en los costados. Ante eso, Blinken contó que el padrastro corrió hacia el tanque. Un soldado afroamericano, atónito, sacó la cabeza afuera, lo miró, y el padrastro pronunció las únicas palabras que sabía en inglés: “God bless America” (Dios bendiga a los Estados Unidos).

Ese comentario resume en cierto sentido el espíritu de la política exterior que está por venir. Al recoger un momento de la historia en el que los EE. UU. asumió un liderazgo jamás antes ejercido, Blinken declaraba su deseo de retomar la tradición de defensa y promoción del orden internacional liberal, sustentado en determinados principios de defensa de la democracia, los derechos y las libertades. El principal receptor de este mensaje de la nueva administración es, sin duda, Europa, quién ha visto, perpleja, cómo el gran aliado se desentendió de sus compromisos transatlánticos con su absurda e incoherente noción nacionalista de “América primero”. 

La construcción del orden internacional liberal fue un importante antídoto al fascismo y al quedar este derrotado, también se antepuso a los impulsos totalitarios del estalinismo y el comunismo soviético, así como a las atroces medidas del régimen maoista y sus múltiples derivaciones, todas signadas por la supresión de los derechos humanos más fundamentales. El anuncio del retorno de dicha perspectiva es también una manera de tender puentes para un nuevo diálogo de cómo encarar las tendencias geopolíticas actuales, con la presencia de grandes potencias como China y Rusia, y potencias intermedias,  que no necesariamente comulgan con dichos principios. 

Esta apertura es asupiciosa, pero no viene mal recordar aqui que la política exterior estadounidense ha tenido otras facetas. A los EE. UU. también se le podría aplicar la metáfora utilizada por Octavio Paz para describir al Estado como entidad. Nos referimos al título de su obra el Ogro filantrópico. En efecto, en la posguerra y durante los años de la guerra fría, la política exterior de los EE. UU. se vio tan influenciada por la doctrina de la seguridad nacional como por los principios del orden internacional liberal. América Latina sufrió las consecuencias de dicha política en carne propia. De esa época surgió la expresión “es un hijo de p, pero es nuestro hijo de p”. Dictadores de todo tipo fueron apoyados con la excusa del anticomunismo; líderes como Salvador Allende, electos democráticamente, fueron derrocados por golpes de estado. Jóvenes fueron torturados y desaparecidos. Hay una larga lista de excesos. En otras latitudes, quién no recuerda la imagen de la masacre de My Lai, en Vietnam, el 16 de marzo de 1968, donde murieron 500 aldeanos indefensos, víctimas de esa misma estrella blanca ante la cual se había arrodillado el padrastro de Antony Blinken. 

El filántropo no debe olvidar al ogro. En esta nueva época, además, la defensa del orden internacional liberal se debe desenvolver en un ecenario muy cambiado. Las amenazas vienen de lugares y regímenes dispares. Desde un régimen de vigilancia con alta tecnología, pasando por populismos nacionalistas de nuevo cuño, hasta autoritarismos patrimonialistas más tradicionales. Por otro lado, los EE. UU. ya no son los mismos. Su liderazgo ha decaído en parte por una política de América primero, pero también por razones más profundas que tienen que ver con una situación doméstica mucho menos habilitante para ejercer un liderazgo mundial. Su base económica, política y moral requiere atención urgente. Un gasto de defensa tan prominente, como ha sido el de la época de Trump, no es sostenible, retomar el consenso bipartidista para una política exterior de reconciliación no está asegurado, la fragmentación social es preocupante. Cuando Blinken dijo “no podemos hacerlo sólo”, estaba diciendo una gran verdad y ello en cierto sentido apunta a que EE. UU. rompa con su mito del gran destino manifiesto y retorne a una mesa de pares.

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