El camino al feminicidio
Puede ser un martillo. Una escopeta, un
cuchillo. Las manos o los puños de un hombre
enfurecido. Ahorcando, golpeando, hasta la asfixia, hasta el último suspiro.
Son muchas las maneras de dejar un cuerpo de mujer tendido, inerte. En todos
los casos, ya envuelta en la muerte, ella no escucha el aterrador griterío del
hombre que la atacó, ni el sollozo desesperado de esos hijos que quedan en
manos de un destino incierto.
El cuerpo ensangrentado tiene, sin embargo, no
sólo las marcas de ese último y fatal ataque, sino moretones y cicatrices de
sufrimientos anteriores. Están marcados en los pómulos, la cintura y los brazos
esos momentos de ira y violencia. El mismo hombre, que la acaba de dejar
muerta, ya propinó trompadas, patadas, latigazos, ataques con varillas. El
calvario tiene una historia. Los hijos ya habían tenido que esconderse debajo
de sus camas desvencijadas, los vecinos ya habían sido testigos de llantos.
Pero, la infamia se mantuvo en el ámbito privado, en el coto cerrado de lo
doméstico, por un largo tiempo, demasiado tiempo.
Puede ser que esa mujer no se había quedado del
todo callada. En su desesperación, se animó a confesar lo que sucedía. Se había
expresado con una amiga o vecina, quizás le habían llegado mensajes de campañas
públicas y privadas de que no se quede callada. Puede que haya tenido la suerte
de obtener una orientación, se enteró de que lo que estaba sucediendo era
punible, que la ley la podía defender y proteger. Pero, hacía falta un elemento
indispensable. El refugio. ¿Adónde ir mientras logra la separación de su
verdugo? Ante esa carencia, el desamparo se puede volver aún más desesperante.
La mujer, vulnerable, sin poder, pobre, con poco sostén social y familiar, constata
la situación de total dependencia respecto al violento. Dependencia de ella y
los hijos. No tienen ni techo ni
alimento. Y regresa a esa casa, que ya
no es hogar.
El feminicidio no afecta solamente a mujeres
casadas y con hijos. Ni todas las víctimas son mujeres en una situación de
vulnerabilidad extrema, sin salida. Cuando uno revisa los casos y relatos,
muchas veces se encuentran situaciones en las que las mujeres están en proceso
de lograr una independencia. Han avanzado en un proceso de separación, divorcio
o cualquier otro acto de finalización una relación que ya no da más, que ya no
cumple su objetivo. El fin del noviazgo decidida por una adolescente o mujer joven
puede ser un disparador peligroso en algunos casos. En general, la toma de
decisión autónoma de una mujer en lo que respecta a su destino amoroso o de
relacionamiento puede enfrascarse en un espiral de violencia.
Estas son situaciones que acontecen, hoy por
hoy, en un contexto determinado. Se ha avanzado en la normativa legal, se tiene
tipificado el delito del feminicidio, pero la prevención no está bien
estructurada. Hay que saber leer las señales e intervenir antes de que sea
tarde. Un proceso que involucra a las instituciones, pero también a la
sociedad, a las mujeres y a lo hombres. Tenemos un trabajo que hacer en la
parte de aplicación de la ley, pero también en la desestructuración de las
normas sociales que avalan el machismo posesivo.
Se empieza por no normalizar una situación de
violencia dentro de una relación o una familia, ni quedarse callada. Entender
que a veces ya no hay solución en el ámbito acotado de lo doméstico. Hay que ver
cómo llegar a esas mujeres más vulnerables, menos instruidas, con información y
orientación. Darles las herramientas para saber qué y cómo hacer para salir de
una situación. Tratar de construir una red de atención, que involucre a
policías, defensoría, ministerios de la mujer, de la niñez y la adolescencia,
salud y educación, entre otros. Fomentar un liderazgo positivo en esta materia
a nivel municipal. Contar con refugios y ser capaces de aplicar una orden de
alejamiento. Solo así se logrará cerrar el camino al feminicidio.
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